El trabajo de guitarrero
o de constructor de instrumentos es muy bello: requiere de tiempo para
conseguir destreza con la herramienta, para entender la madera, para construir
con mimo y también para la escucha, es decir, para conseguir lo que el músico
busca.
Somos un taller familiar
que respeta profundamente a los profesionales que se dedican a este maravilloso
oficio y que, con su buen hacer, consiguen construir una competencia leal capaz
de incentivarnos al resto a evolucionar y adaptarnos a los nuevos tiempos.
Sin embargo, no es la
primera vez que un cliente nos comenta lo mal que ha hablado de nosotros algún
que otro compañero de oficio; nos tildan de malas atenciones y otra serie de
incorrecciones que mucho distan de la competencia leal de la que hemos hablado.
Por suerte, muchas de las veces estos clientes mal informados han podido
comprobar por sí mismos lo incierto de tales acusaciones, otras sin embargo han
perdido la oportunidad de comprobarlo, porque no se han atrevido a venir. Hace
poco un extranjero estuvo a punto de no visitarnos por miedo, afortunadamente
lo hizo, nos contó la historia, nos dijo que nuestro trato había sido
excepcional y acabó descubriendo que nuestros precios eran más competitivos que
los que ofrecía el guitarrero que aseguraba lo contrario.
Al igual que respetamos a
nuestros compañeros, y dejamos que el cliente tenga su propio criterio y pueda
comparar por sí mismo, damos por supuesto que recibiremos el mismo trato, pero
una vez tras otra nos encontramos con que no es precisamente así. Es una
lástima. Quien habla mal de un compañero de oficio no hace otra cosa que tirar
piedras a su propio tejado.
Y es que, según las
buenas lenguas, más podemos conocer de una persona por lo que ella dice de los
demás que por lo que los demás dicen de ella.
Hasta aquí hemos hablado
sólo de nosotros, pero esto es algo que afecta a nuestro colectivo en su
conjunto. Existen agrupaciones de guitarreros que, para destacar, se
autoproclaman como los auténticos y originales representantes de esta u otra
escuela, cuando en realidad llegaron mucho después y pretenden desprestigiar a los
que fueron su verdadero origen. Hay quienes copian a otros y afirman ser ellos
los primeros en desarrollar esa idea que en realidad están copiando. Hay quienes se hacen con los
derechos de algún guitarrero histórico que no tuvo descendencia, impidiendo que
se lleve a cabo cualquier actividad relacionada con él sin pagar “peaje” a los
mercaderes que se hicieron “propietarios” de su nombre. Hay quienes pretenden borrar la autoría de una
obra atribuyéndosela a otro de forma insistente, y
gozan de credibilidad a pesar de exhibirse con un orinal en la cabeza. Y
es que ya se sabe: si repites una mentira el suficiente número de veces,
acabará convirtiéndose en verdad para muchos. Pero también se ha demostrado
repetidas veces que construir una realidad sobre mentiras acaba desmoronándose,
antes o después.
En el despacho de una
profesora en un conservatorio de música, sobre su mesa, había un cartel que
destacaba por encima de todos los objetos que allí había. Se trataba de una
frase de Ghandi que rezaba: “No hay que apagar la luz de otro para lograr que
brille la nuestra”.
El mundo guitarrístico
está muy contaminado por la mala fe de unos pocos, y eso nos daña a todos. A
todos. Seguramente si cambiáramos esa costumbre mezquina por otra más sana
basada en el respeto a nuestros compañeros de oficio, mejoraríamos sin duda
nuestro entorno profesional, en beneficio de todos los que amamos nuestro
trabajo.
Hace años, en una visita
del Dalai Lama a Madrid, una de las personas que nos encontrábamos en la sala
le preguntó: “¿Qué podemos hacer para mejorar el mundo?” Su respuesta fue que
no es necesario irse al otro extremo de la tierra para ello, sino que basta con
mejorar nuestro mundo inmediato… una palabra amable, una sonrisa, también a los
desconocidos, puede mejorar su día. Si todos lo hacemos –terminó diciendo- sin
duda mejoraríamos el mundo.
Amalia, Cristina y José
Enrique Ramírez
octubre de 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario