He crecido oyendo hablar de los defectos en las maderas empleadas en las guitarras, los nudos, las cocas, las vetas de tonos irregulares… y para mí se convirtió en algo de lo más normal hasta que empecé a ver que se desechaban maderas cuyo aspecto no era el adecuado en la búsqueda de una perfección absurda, mal entendida, maderas que eran bellas con sus manchas e irregularidades, maderas que una vez puestas en una guitarra sonaban bien, tan bien y a veces incluso mejor que otras cuyo aspecto era homogéneo y, si me apuras, hasta aburrido. Esas maderas mi padre las empezó a utilizar para guitarras que denominó de segunda (en la etiqueta 2ª), aunque la calidad de construcción era la misma que las de primera, pero sabía que iban a ponerle pegas por el aspecto de las maderas. Y más tarde hemos vuelto a hacer lo mismo porque un supuesto defecto estético no puede estar por encima de la calidad del sonido.
En la búsqueda de lo impoluto y, paralelamente, de lo imperecedero, lo inmortal… todo tan ajeno a la naturaleza, hemos ido destruyendo nuestro mundo, talando árboles indiscriminadamente y utilizando de ellos una pequeña parte considerando el resto como material de desecho. Algo similar a la fabricación de los plásticos, perfectos, indestructibles… Para mi estos son procesos que transcurren de la mano en una negación de lo natural, como tantos otros. Claro que no vamos a aceptar maderas con rajas o con nudos que pueden convertirse en agujeros, todo ello inaceptable para construir una guitarra, es obvio. Pero los mal llamados defectos de la madera en realidad son peculiaridades producidas por la naturaleza, la caprichosa naturaleza que ama las formas únicas, irrepetibles, singulares. Igual que no existen dos huellas dactilares iguales tampoco existen dos árboles iguales. Incluso la madera de un mismo árbol adquiere diferentes formas en cada pieza, porque es la vida pasando por sus venas y anillos, y porque un momento nunca es igual al siguiente, y eso queda grabado en la experiencia del árbol.
No me agrada tener que utilizar maderas para construir nuestras guitarras, y sólo me consuela saber que su vida va a continuar como música en instrumentos tan diferentes entre sí como su madera, porque pese a que la construcción de una guitarra sea idéntica a la de su hermana de tarea (solemos hacerlas, tradicionalmente, de cuatro en cuatro), cada una tendrá un sonido diferente, aunque el alma sea la misma. Sí, el alma, el alma de los árboles que participan de su elaboración junto al alma que ponemos en ellas durante su construcción, mas luego el alma con que el guitarrista impregna sus vetas.
Mi padre (JR III) solía lamentarse del maltrato al que se sometió sistemáticamente al palosanto de Brasil, del abuso de su tala fuera de todo control siendo víctima de una desprotección absoluta. En su libro “En torno a la Guitarra” comenta: “Conversando un día con un maderero brasileño, me enteré de que había muchos taladores que por no molestarse en emplear la sierra o el hacha para talar un palosanto, seguían el sencillo procedimiento de hacer un agujero en la base del tronco, colocar una carga explosiva y la cosa quedaba resuelta con la mayor comodidad. Naturalmente, la explosión producía rajaduras innecesarias a todo lo largo del tronco con lo que reducía notablemente su aprovechamiento, pero esto no importaba, había muchos árboles”. Y otra anécdota que a menudo nos contaba rememorando a su padre José Ramirez II, y que también expone en su libro, no puede ser más descriptiva acerca del desprecio con el que se tratan las maderas, nuestros bosques, nuestros árboles: “Me contó mi padre que, en uno de sus viajes, estuvo en Río de Janeiro varios días en 1925 y que, paseando por la ciudad y contemplando cómo estaban asfaltando una calle, vio algo que en su primera sensación consideró que era una falsa impresión de los sentidos, pero no, era una increíble realidad: el fuego de las calderas para fundir el material, estaba alimentado por trozos de la más espléndida dalbergia nigra cortados de alucinantes tablones. Se puso enseguida en contacto con el contratista de las obras con el que pronto simpatizó con la ayuda de unas copas y le propuso la compra de aquellos maravillosos tablones. El contratista, que debía de estar ya en la inefable etapa de las protestas de amistad, le prometió que le enviaría a España no sólo aquellos tablones que para él no valían nada, sino algunos más y regalados. Mi padre insistió en pagárselo para comprometer seriamente lo que veía dudoso. El contratista se sintió hasta ofendido por dudar de su <<sincero>> ofrecimiento amistoso. Mi padre, que en gloria esté, sigue esperando los tablones”
Por fortuna ahora hay empresas madereras que cuidan del medio ambiente, que trabajan responsablemente, que replantan y se aseguran de la continuidad de las especies, y eso es una bendición que ha caído sobre nosotros los guitarreros. Y sería bueno que aprendiéramos a agradecerles conscientemente a los árboles, a los preciosos árboles, que podamos usar sus preciosas maderas, con sus peculiaridades únicas, para poder realizar nuestro trabajo.
Y en este contexto cabría preguntarse si acaso es menos bella la persona amada por tener un lunar, una mancha, una cicatriz…
Hace tiempo que aprendimos a apreciar la belleza de lo imperfecto, por eso, sin ir más lejos, nos gusta el ébano con vetas más claras o con cambios de color, porque esas irregularidades son parte de su naturaleza, no perjudican ni a la estética ni al sonido ni a la calidad de la madera, y no tiene porqué ser totalmente negra para ser valiosa y digna de la mejor guitarra. Muchos constructores de guitarras acústicas, así como de guitarras eléctricas, por ejemplo, utilizan las peculiaridades de las maderas como parte del diseño, como los nudos y las garras, siendo estas últimas favorables para el sonido. Hay a quien no le gusta el espejuelo en las tapas, cuando éste se produce cuando un tronco se abre a favor de la veta y no atravesándola al serrar. Y el espejuelo aporta una consistencia especial a las tapas, y además beneficia al sonido. Por esta razón, es más aconsejable la madera que ha sido extraída de troncos que se han abierto con una cuña, siguiendo el sentido de la veta.
Y eso sí, sea cual sea la estética de las maderas, lo que es fundamental es que estén bien curadas por el paso de los años, lo cual no sólo repercute en la calidad del sonido, sino en la estabilidad del instrumento evitando movimientos que puedan producir rajas y desencoladuras, mermas y dilataciones. Y desde luego siempre es preferible un envejecimiento natural, aunque el acelerado artificialmente en secaderos también es aceptable, pero es preferible dejar su secado en manos del paso del tiempo en un ambiente adecuado. Así, mi padre compró una importante cantidad de maderas entre los años 50 y 70 que hemos conservado en nuestro almacén en condiciones adecuadas para su secado natural. Aún hoy seguimos empleando aquellas maderas a medida que compramos otras para someterlas al mismo proceso de envejecimiento y poder usarlas en guitarras futuras.
Aquellas guitarras de 2ª que hizo mi padre en su día para utilizar las maderas que se rebelaban exhibiendo la belleza de sus imperfecciones, resulta que un avispado comerciante, cuyo nombre no viene al caso mencionar, las ha estado vendiendo como si fueran mejores que las de 1ª y por tanto con un sobreprecio, cuando él las compró con un descuento debido a que eran de 2ª. Eso debería servirnos para entender el sinsentido de los cánones de la belleza por los que tan a menudo y tan absurdamente nos guiamos.
Ahora que estamos empezando a tomar consciencia del daño que, con tanta perseverancia, hemos estado causando a la naturaleza, el concepto de lo imperfecto también está cambiando, por fortuna para todos. Entender que no hay maderas imperfectas es un paso fundamental en este proceso. Estamos en el camino de elaborar una línea de guitarras con maderas “con peculiaridades” que nos negamos a desechar, y estamos seguros de que muchos se sentirán orgullosos de tener una de estas guitarras como compañera musical para el día a día. ¿Te apuntas al reto?
Madrid 21 de octubre de 2020
Amalia Ramirez
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