Cádiz, finales del siglo XVIII. La ciudad bulle culturalmente, Goya está pintando en la Santa Cueva, capilla perteneciente a la nobleza, en cuya inauguración se estrena “Las siete palabras” de Haydn, encargada ex profeso para la ocasión, interviniendo en la orquesta un cello Stradivari. Las guitarras fabricadas en Cádiz tienen fama en Europa, los violeros gaditanos, Pagés, Benedit, Guerra, Recio, gozan de gran prestigio por su buen hacer. Sus labores de ornamento han llegado a niveles extraordinarios: nácar, marfil, ébano, forman arabescos impensables. Las embocaduras están realizadas a base de incrustaciones, así como los elaborados adornos del puente, llamados bigoteras. Pero hay más.
Estas guitarras atesoran en su interior una innovación que será capital para el futuro de la guitarra: el varetaje de abanico. Hasta ahora las tapas eran gruesas y con refuerzos transversales, a partir de los gaditanos, y precedidos por Francisco Sanguino, de Sevilla, las tapas serán finas y con refuerzos radiales, como en un abanico. Esto se traduce en un aumento del sonido en todas las frecuencias, pero sobre todo en los graves, a lo que contribuye, así mismo, la gran anchura de los aros, que va a proporcionar un gran volumen de aire en el interior de la caja.
Las incrustaciones y bigoteras pasaron de moda, pero el varetaje de abanico se afianzó como una de las características que mejor definen a la actual guitarra española.
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