PUNTADAS HISTÓRICAS
LA ÚLTIMA RAMIREZ DE ANDRÉS SEGOVIA
El 14 de Marzo de 2013 ha quedado como
una fecha memorable, de celebración, en Casa Ramírez. Y si me gusta especialmente contar esta
historia, es porque yo la he vivido desde el comienzo en primera persona, paso
a paso, hasta el día de hoy, dejando delicadamente al margen los años que eso
me echa encima.
Pero vamos a empezar por el principio, o
por uno de los principios de una historia que tiene sus raíces en 1912, el día
en que mi tío bisabuelo Manuel Ramírez regaló aquella guitarra legendaria al
aún desconocido Andrés Segovia. Su primera Ramírez. La que está expuesta en el
MET bajo la condición expresa de que no sea tocada por nadie.
Corría el año 1979 cuando mi padre, como
era ya costumbre, había hecho una selección de varias guitarras que reunían las
características acordes con las preferencias del maestro, y se las envió para
que escogiera la que más le gustara. Y sin
saber que una de ellas había sido construida por mi hermano, Ramírez IV, ya que
en aquella época todas llevaban la firma de mi padre en la etiqueta, el maestro
eligió precisamente esa guitarra. La
alegría de mi hermano al saberlo fue tal, que rompiendo las normas de esta
casa, la personalizó escribiendo de su puño y letra una dedicatoria, la firmó y
la encoló al lado de la etiqueta y, claro está, se la regaló.
Recuerdo muy bien el día en que mi
hermano recibió la noticia, ya que para él fue la mejor prueba que pasó como
guitarrero, más significativa aún que el día en que presentó a mi padre la
guitarra construida por él que le supuso
la obtención de la categoría de oficial
de 1ª. Su guitarra había sido elegida por Andrés Segovia. Todo un galardón.
Y sabemos que esa guitarra la estuvo
tocando hasta el final de sus conciertos por el mundo. Hace muy poco mi
distribuidor de Japón. Shiro Arai, me comentaba que él organizó el último
concierto de Segovia en Japón, y tocó esta guitarra. Bueno, en realidad es algo
bien sabido, así que no nos vamos a extender más en ello. Baste con decir que
fue la última Ramírez que perteneció a Segovia, cuya carrera con Ramírez empezó
y terminó con un regalo hecho de todo corazón.
Tras el fallecimiento de Segovia en 1987,
no volvimos a tener más noticias sobre esta guitarra. Hasta un día en que Pepe
y yo habíamos ido a la Feria de Frankfurt, y nos llamó un amigo, fabricante de
cuerdas, que salió corriendo de su stand para ir a nuestro encuentro agitando
una revista en la mano. No recuerdo bien si era el año 1997 o 1998, y
lamentablemente tampoco recuerdo de qué revista se trataba. Lo que sí recuerdo
muy bien es que la alegría de nuestro amigo se debía al artículo que nos
mostró, donde aparecía una fotografía de la guitarra que mi hermano había
regalado a Andrés Segovia, con su dedicatoria, y con la noticia de que había
sido adquirida por un admirador del maestro y de las guitarras Ramírez. Se mencionaba la cantidad por la que había
sido vendida, pero no el nombre del comprador. La noticia provocó emociones
encontradas en mi hermano, por un lado la alegría de que la guitarra estuviera
en manos de alguien que sabría apreciarla, por otro lado la tristeza de
recordar la ausencia del maestro, ya que él, al igual que mi padre, y yo misma
en algunas ocasiones, había tenido una cálida relación con él.
Desde entonces, y sobre todo después de
la muerte de mi hermano, me he referido con cierta frecuencia a esta historia
en la que creí que ya había puesto el punto final, hasta el 14 de Octubre de
2013. Justo el punto en que comencé a escribir este artículo.
Mi sobrino José Enrique y yo habíamos
viajado a Japón, y estábamos dando una charla-taller en la tienda Aura,
regentada por el Sr. Motoyama, en Tokyo. Y en un momento dado de la charla, al
hablar de mi hermano, conté la historia de esta guitarra. Al terminar la
charla, varias de las personas del público se acercaron a nosotros para
enseñarnos sus guitarras y escuchar nuestra opinión acerca de si necesitaban o
no algún ajuste. Y nuestra sorpresa fue realmente grande cuando se nos acercó
un caballero con la guitarra que mi hermano le había regalado a Segovia, con su
dedicatoria firmada y encolada al lado de la etiqueta, y mostrándonos un
certificado de su compra. La expresión de mi sobrino era indescriptible
mientras sostenía aquél tesoro en sus manos; se podía leer en sus ojos la
emoción y el orgullo hacia su padre, a quien había perdido cuando aún era un
niño. Fue el mejor regalo que pudimos
recibir en ese viaje, y la verdad que en
mucho tiempo desde que dirijo el negocio familiar.
Supimos que el propietario de la
guitarra, al haberse enterado de que íbamos a estar mi sobrino y yo en Aura ese
día, había hecho un largo viaje para mostrárnosla, orgulloso, y al mismo tiempo
expectante por saber qué podíamos contarle sobre ella. También para él fue una
sorpresa que, sin nosotros saberlo, contáramos su historia que, gracias a él,
ahora he podido completar, aunque ¿quién sabe?, aún puede que se escriba algún
capítulo más relacionado con ella. Una historia tan bonita merece seguir
creciendo.
A mi vuelta a Madrid, pude comprobar en nuestro archivo el número
de serie de la guitarra, confirmando una vez más que había sido cedida al
maestro en 1979, el año en que mi hermano había construido aquél instrumento
histórico, pues cierra un periodo de nada menos que de 75 años desde que Andrés
Segovia tocó su primera Ramírez hasta su fallecimiento, en posesión de su
última Ramírez. Llama la atención el detalle de que esta guitarra aún conserva
una mancha de café sobre el aro y parte del suelo, la “condecoración” que indica que seguramente
estudiaba con ella mientras tomaba su café, un entrañable detalle de su vida
cotidiana.
Amalia Ramírez
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