Cuando bajé
del taxi aquella mañana lluviosa del 19 de agosto me quedé alucinada con la belleza de aquel maravilloso lugar.
Tierras de diferentes verdes, flores, árboles, bosques rodeaban un palacete inglés
de piedra que, junto con el cielo nublado, formaban un bello degradado de
grises. Al abrir el portón del porche unas amplias escaleras de madera abrían
un espacio exuberantemente decorado. Cuadros, tapices, vidrieras, moquetas,
animales disecados y escaleras de caracol formaban el conjunto. Dentro me esperaba el
entusiasta Andrew Gough, guitarrista y director del festival, quien me explicó
cómo iban a trascurrir las jornadas.
El primer
día supuso la toma de contacto con el lugar. Los alumnos empezaban a llegar, la
morada se llenaba de ruido de palabras, de gestos y de movimientos, fue en ese mismo momento cuando me di cuenta
que estaba ante un festival diferente. Personas de distintas edades llenaban la
sala del desayuno, todos nerviosos ante la nueva aventura que estaba a punto de
comenzar. Fue una agradable sorpresa descubrir que los asistentes eran
profesionales de distintas disciplinas con una afición común: la guitarra. En
efecto, no estaba ante un festival dedicado exclusivamente a alumnos que se iban
a dedicar profesionalmente a la guitarra, sino a aficionados de un extenso conocimiento
técnico y musical que querían tener contacto con grandes maestros para poder
crecer con el instrumento. La luz que se les encendía en los ojos a muchos de
ellos cuando hablaban de su pasión tenía la belleza de los sueños, cargando sus
palabras de curiosidad y conocimiento. No pude más que sentir respeto y
admiración ante lo que estaba sucediendo y, si me lo permiten, cierta envidia,
ya que es difícil tropezarse con algo de esta naturaleza en mi país.
Las salas de aquel palacete se llenaron de música:
clases, conferencias y ensayos de la orquesta de guitarras. Jaleo de pasos que
vienen y van, el repiqueteo de unas hojas que pasan, la afinación, un rasgueo, una
tos inoportuna… Todo había comenzado.
En la parte
de atrás del edificio se erigía una antigua iglesia románica de decoración
austera, que el festival utilizaba para la mayor parte de sus conciertos. El
primero de ellos fue el de Benjamin Verdery, un músico y compositor americano capaz de coquetear con su guitarra clásica y
con composiciones de Jimmy Henrix, poemas de Neruda, pedales de efectos,
ordenador y amplificación. Tras
disfrutar de su concierto mantuvimos una animada tertulia en el bar del hotel
junto con Rebecca Baulch, Maurice
Summerfield y David A. Lusterman (Classical Guitar Magazine) hasta bien entrada
la noche. Me encantan estos viajes porque conoces a gente interesante que ayuda
a enriquecer tus viajes, tus memorias, tu vida…
Llegó la
mañana del 21 de agosto con la naturalidad con que llega con la siguiente
página de un libro, después de un verano dedicada a perfeccionar mi
pronunciación para el discurso que estaba a punto de realizar. Había llegado el
“Open Day” del festival. Tras el desayuno decidí relajar mis nervios con un
paseo por los jardines y prados de aquel maravilloso lugar, para más tarde
encontrarme con nuestro distribuidor
inglés Brian Whitehouse y su mujer Margaret, además de con mi buena amiga
Sonsoles Acosta. Y por fin llegó el momento. La conferencia transcurrió
tranquila, la sala estaba abarrotada, un montón de ojos que tenían como
objetivo mi presencia, y me sorprendí a mí misma con mi actitud serena. Me
fascinó el respeto que transmitía mi pequeña historia familiar y la calidez de
los oyentes, que no dudaron en felicitarme tras acabar la charla.
Tras la
charla nuestro distribuidor realizó una exposición con nuestras guitarras en el
salón principal, donde los diferentes asistentes tuvieron la oportunidad de
probar y conocer los diferentes modelos.
Por la noche
tuve el placer de encontrarme en la cena con dos personas maravillosas: Julio
F. Brun y Ana Muñoz. Tuvimos una agradable conversación que se sumergió en los
problemas que presentaba en la actualidad la guitarra española, y en la
importancia de festivales como los de West Dean que acercaban el instrumento no
sólo a profesionales, sino a muchos aficionados encantados de disfrutar de unas
jornadas dedicadas a una de sus principales pasiones.
El lunes 22
de Agosto tuve la oportunidad de disfrutar de la presentación del libro “The
Tárrega Leckie Guitar Manuscripts de Brian Whitehouse, que ilustra la relación
entre el alumno y Tárrega. Una interesante charla en la que pudimos admirar
manuscritos del famoso músico del siglo XIX. Cuando llegó la noche asistí al
concierto de Berta Rojas. Un maravilloso recital que hablaba directamente al
corazón. Dulzura y elegancia, y una magnífica interpretación de Agustín
Barrios, sin olvidar la Suite Americana de Vicent Lindsey Clark, consecuencia
directa de un anterior festival en West Dean donde el compositor y la
guitarrista tuvieron la oportunidad de confluir.
Y como
ocurre con todo lo que existe en algún momento tuvo que llegar el final, y yo
me fui con un agradable sabor de boca. West Dean resultó ser una experiencia
totalmente recomendable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario