ENCONTRANDO A EUTERPE EN PARÍS





"LA GUITARRERÍA"
5,rue dÉdinbourg
Tel. (+33) 0145 22 54 72


Analizando cada parte de mi realidad me doy cuenta de que todo tiene su propio proceso de vida, nada es estático y todo acaba cambiando. Organismos, sistemas vivos formados por otros más pequeños y así sucesivamente, creando una espiral infinita que no tiene más traducción que lo representa la vida misma: el cambio. Y así es París. Dama caprichosa que a veces mataría agarrándola del pescuezo, y otras la admiraría sin acabar de cansarme. Cada vez que la camino me muestra pícara algo que en el viaje anterior no me quiso enseñar, una doblez más de su falda acercándose a la rodilla, para luego dejar caer pesada esa tela que cubre sus secretos más atractivos. A cuenta gotas me enamora, me engatusa para, en el momento menos pensado, darme una bofetada bien fuerte por atreverme a mirar demasiado por debajo de sus faldas. Y lo curioso es que no me tendría tan enganchada si se presentara más clara y más noble, la oscuridad, lo que no podemos ver pero sabemos que está cerca resulta ser lo más atractivo para las tentaciones.

Mis últimos viajes encontraron la parte dulce de su carácter, dándome cuenta que para encontrar la magia no hace falta viajar a través de la literatura. Basta con analizar lo que estás viendo y encontrar lo sobrenatural que captan tus ojos. Rincones, lugares en las ciudades que poseen un aura diferente se nos aparecen, cuando el paisaje simula haber decidido optar por vestirse de monotonía. Mis recuerdos pasan por la imagen de la estación de San Lázaro que, una vez más, es percibida como una impresión de luces y humo, como si estuviese condenada a ser recordada con la manera nebulosa con la que vemos los recuerdos. Y al subir la rue de Rome, todo huele a madera, a virutas, a dos manos trabajando el contacto con este material, que a pesar de venir de una muerte sigue vivo. La música se mueve por ese ambiente nublado de polvo y madera. Instrumentos, partituras, notas, y a la izquierda, un silencio, una calle, una fachada roja, una guitarra.

A contratiempo el movimiento de nuestra curiosidad parece abalanzarse sobre su puerta. Entramos al lugar donde la magia encuentra su sofá más cómodo: un café o quizás hoy le apetezca un chocolate ligero.

Aún se me pone una sonrisa en los labios cuando recuerdo a Isabel comentar: "Yo siempre digo lo mismo. Este lugar ha podido existir porque la gente necesitaba un lugar como este". Quizás piense que la humildad es un vestido más ligero, que el de la responsabilidad de ser creadora de la existencia de un centro tan especial para la guitarra. El cuidado, el mimo están impregnados en cada una de las paredes de esta tienda y eso se nota, la comodidad del viajero lo nota. Y todavía Isabel mira con melancolía al pasado, en lo que pudo haber sido o haber hecho, ignorando por completo la belleza de lo que creo un 15 de septiembre de 1982 a las 9 en punto de la mañana. Habla como si no fuese suficiente con lo que ha conseguido que, aunque muchos esperaban encontrarlo, sólo ella fue capaz de ver que aquella necesidad existía.

Un guitarrista se mete en una habitación a probar una guitarra. Se corta el aire, se suspende el tic-tac del reloj, y desde el sofá en el que estamos sentados, contemplamos parte de la historia de la guitarra presidida por la imagen de Tárrega. Fotos, guitarras, partituras, al fin y al cabo todo habla de música. Me encantaría oír lo que cuentan cada uno de los objetos que observamos; las historias que se callan quienes trabajan en esta tienda.

Si mi guitarrería pudiese soñar..., "La guitarrería" de Isabel sería su sueño.

Gracias Isabel, Fred, Orlando y Jose

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