PUNTADAS HISTÓRICAS
Abrimos esta sección, que más bien es un
cajón de sastre, para comentar anécdotas, responder a interrogantes, y también
para intentar corregir errores que circulan por ahí acerca de esta casa y que
no son otra cosa que el resultado de los comentarios que, de tanto pasar de
boca a oído, acaban por desvirtuar la noticia original.
Mi hermano José Enrique solía decir:
“piensa bien, aunque te equivoques”. Por eso elijo creer en la buena fe de la
gente… en cualquier caso creo que hay más bondad que maldad, sin descartar ésta
última claro está, pero la maldad siempre se hace notar más porque rompe la
armonía y crea des-concierto. Me
gusta esa palabra, desconcierto, porque define exactamente la ausencia total de
armonía, siendo un concierto, creo yo, el modelo ideal de la fusión equilibrada
y en íntima colaboración de todo lo que configura el conjunto. Y ya sabemos que
basta con que un solo instrumento esté desafinado en una orquesta para que todo
suene mal, sembrando, eso: desconcierto.
Y desafinar, puntualicemos, en la mayoría de los casos no es una
cuestión de mala fe, sino de mal oído, falta de atención o simplemente de tener
un mal día.
Así que vamos a intentar, en esta
sección, ser fieles a la armonía y al bien pensar, y sobre todo a hacer que el
lector pase un buen rato y obtenga informaciones que parten de la fuente, o lo
más cerca posible de ella.
I
20 Julio 2012
LOS SILLEROS
Ayer tuve una entretenida comida con un
colega guitarrero, y en la conversación surgió algo que en absoluto había oído
hasta entonces, y es que al parecer hay quien dice que a partir de los años
cuarenta la factura de las guitarras Ramírez, como muebles, comenzó a ser mejor
que las de años anteriores, y que eso coincidía con el período en que entraron
los silleros, a saber: Paulino Bernabé, Manuel Contreras y Antonio Martínez.
Incluso mi colega llegó a decirme que él mismo había visto esa mejoría en
guitarras de esa década que cayeron en sus manos.
Antes de continuar, quiero aclarar que mi
padre solía decir que los silleros eran, entre los ebanistas, probablemente los
más diestros, porque hacer una silla de madera como Dios manda era una tarea
realmente difícil que denotaba una gran habilidad en el manejo de la
herramienta. Y como mi padre amaba lo bien hecho, siempre se rodeó de los
mejores, para que mantuvieran la excelencia que él se exigió siempre a sí mismo
y que marcó toda su obra. Y por eso
contrató a estos tres ebanistas, cuya calidad profesional respondía ampliamente
al nivel que mi padre buscaba para sus guitarras. Y como ellos, hubo –como aún
hoy sigue habiendo- grandes artesanos trabajando en nuestro taller, y que
pasaron las pruebas nada fáciles que mi padre, su maestro, les ponía para
aceptarles en su equipo. Esa misma forma de proceder la heredamos mi hermano y
yo, al igual que mis sobrinos Cristina y José Enrique.
No sé de dónde pudo partir esa historia
acerca de la mejora en la calidad artesanal de nuestras guitarras en los años
cuarenta, y que esta mejora estuviera basada en las tres personas indicadas,
puesto que Paulino entró en JR al final de los 50 y M. Contreras y A. Martínez
entraron ya en la década de los 60, pero lo cierto es que justamente en 1940 mi
padre tenía 18 años, y acababa de entrar en el taller de mi abuelo para
aprender el oficio. Por tanto, si hubo realmente una mejora en la calidad en
esa década tuvo que deberse a mi padre, obviamente, puesto que las cuentas
casan. Y el dato también casa con la personalidad de mi padre, porque era tal
su obsesión por la calidad y el detalle exquisito, que se planteaba retos que
realmente le complicaban la vida. Siempre
fue perfeccionista, poseía una vasta cultura, y era un gran amante de la
Historia y las Bellas Artes, incluso llegó a estudiar pintura. Se imponía
trabajos difíciles, barrocos, pero de apariencia sencilla, y que sólo un buen
guitarrero es capaz de apreciar. Tenemos en nuestra colección una guitarra
construida por él en 1946, en abeto y arce, cuyo mosaico, un entrelazado
irregular de tres hilos de colores, y
aparentemente inofensivo, fue el mosaico más endemoniadamente difícil que había
hecho jamás, según nos confesó en cierta ocasión a mi hermano y a mí. Y no sólo
eso, sino también las cenefas y el detalle de la pera del zoque, aunque de
apariencia sencilla, por la complejidad de su elaboración son igualmente
muestras de su maestría y meticulosidad. Como ya he señalado, hace falta ser un
buen guitarrero para darse cuenta del valor de ese trabajo.
Los años cincuenta fueron años de
expansión, y para comprar una guitarra Ramírez había una lista de espera de
unos dos años, demora que siguió creciendo y llegó a ser hasta de tres años y
medio a mediados de los sesenta. Así que
en 1960 mi padre trasladó el taller a la calle General Margallo para formar más
guitarreros y reducir el tiempo de espera.
Aquí, como puede verse, los años cuarenta quedaron muy atrás, y como ya
he comentado, no fue hasta finales de la década de los
cincuenta cuando Paulino Bernabé entró en esta casa.
Sería entre 1958 y 1959, cuando mi padre
contrató a Paulino, puesto que en su búsqueda de un buen sillero, había visto
su trabajo impecable y su afición a la construcción de guitarras que quiso
tenerle en su equipo de trabajo. Y tal era su calidad profesional, que mi padre
le dio el puesto de encargado del nuevo taller. Y poco después, recomendados
por Paulino a petición de mi padre de otros silleros de alto nivel, entraron
también Manuel Contreras y Antonio Martínez. No me cabe la menor duda de que
todos ellos contribuyeron a mantener la excelencia en la calidad de las
guitarras que salían de nuestro taller, al igual que el resto de los grandes
guitarreros que se formaron aquí. Y todos ellos, sin excepción, aprendieron el
oficio y lo practicaron en nuestro taller siguiendo las pautas marcadas por mi
padre, sus directrices, sus diseños y sus investigaciones. Las condiciones para
trabajar en nuestro taller son: la calidad profesional, la habilidad manual, y
seguir nuestras directrices y diseños sin introducir nada que se salga de esas
pautas. Todas las guitarras una vez terminadas eran inspeccionadas
minuciosamente por él , de manera que no se le escapaba ningún detalle.
Actualmente hago yo ese trabajo siguiendo su enseñanza directa.
De los tres silleros, el único que
continuó en el taller hasta que se retiró por un problema de alergia a la
madera, fue Antonio Martínez. Manuel Contreras fue el primero en irse y montar
su propio taller. Más tarde, poco antes del traslado de General Margallo a
Ramón Aguinaga, en 1971, Paulino Bernabé también se marchó y se instaló por su
cuenta.
El nuevo taller tuvo como encargado a un
ingeniero industrial, Enrique Cárdenas, hasta que se retiró en 1988, quedándose
mi hermano a cargo de la dirección del taller. Y en 1993 regresamos a General
Margallo, donde continuamos en la actualidad.
Así que, a las fechas me remito, y desde
luego es obvio que las cuentas no salen en cuanto a la autoría comentada por mi
colega del aumento de calidad en los años cuarenta, como él mismo tuvo que
admitir .
También he de decir que no sé si es
cierto que la calidad de construcción, como muebles, de las guitarras Ramírez
mejoró en los años cuarenta. Me consta que la calidad siempre fue el sello de
esta casa. También sé que la guerra y la posguerra fueron períodos en los que
era muy difícil conseguir maderas, ya ni siquiera me atrevo a poner el
calificativo de “buenas”, pero la construcción seguía siendo impecable, aunque
el material no facilitara las cosas. Hacían lo que podían con lo que conseguían
encontrar, lo cual ya tuvo mucho mérito, porque mantener una guitarrería en
esas condiciones no debió ser nada sencillo.
NOTA.- Agradezco a Miguel Martínez, a
quien siempre recurro como la memoria más antigua y fiel de esta casa, por su
ayuda en la elaboración de este escrito, aportando datos y fechas basándose en
su experiencia directa. Miguel formó parte de este negocio familiar desde 1954
hasta 2000.
Amalia Ramírez
Amalia Ramírez
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